Acerca de
la evaluación del aprendizaje, aparentemente es un tema bastante sencillo, y
hasta técnico, pudiendo sostener que el problema es eminentemente así: técnico.
Aquello nos lleva a señalar las
orientaciones verticalistas que la fundamentan como que: la evaluación del
aprendizaje es un asunto de control,
neutral, de proceso, parcial-final, objetivo terminal, calificación, toma de
examen, fijación para que quede en la cabeza, juicio de experto y producto.
Cada
modelo pedagógico tiene una manifestación curricular, evaluativa y de gestión,
pero eso no quiere decir que la evaluación del aprendizaje esté vinculada tan
solo a un asunto técnico, sino va mucho más allá. Su origen está en la relación
sistema productivo-sociedad y su expresión en la fragmentación social, de ahí
que los modelos y políticas evaluativas tengan ese sustento.
En el
entendimiento de lo que es evaluación
del aprendizaje universitario, no es que deje de ser un proceso continuo
sistemático de recolección de información para emitir juicio de valor y tomar decisiones,
para luego comunicar. Aquello ya se está entendiendo, porque desde distintos
enfoques se sostiene esto, pero
actualmente no hay quien señale: como control del aprendizaje, o la versión
parcial-final o simplemente final-cancelatorio. Conceptualmente estamos
asimilando, sin embargo la acción evaluativa ejercida nos contradice y caemos
en aquello que negamos. Entonces, existe contradicción entre el pensamiento evaluativo
y su respectiva práctica, pues generando condiciones que imposibilitan la
correcta valoración del desarrollo de los futuros profesionales.
La evaluación
del aprendizaje universitario, proceso no solo académico sino también socio-cultural,
ideopolítico que tiene como horizontes la visión, misión, objetivos de la
universidad y perfil del futuro profesional en el mismo que se plasman los
primeros. Aquellos están vinculados a los diversos elementos curriculares ante
la actitud evaluativa y el clima evaluativo, durante todo el proceso de
enseñanza-aprendizaje y los tipos y
formas de evaluación, asimismo con los criterios e indicadores, técnicas e
instrumentos de la evaluación del aprendizaje del desarrollo de las
capacidades y actitudes de los futuros
profesionales.
Ahora nos conducimos a tomar conciencia acerca
de ¿cómo es ese proceso? ¿Qué hacemos en ese proceso? ¿Qué evaluar, cómo, con
qué, para qué, por qué y cuándo evaluar en ese proceso? ¿Qué tipos y formas de
evaluación del aprendizaje debemos realizar? Hacia dónde debemos dirigirnos en
el acto de evaluar.
1.2 El promedio y el desarrollo en la
evaluación del aprendizaje.
La orientación psicoestadística centrada en el
producto, reflejan la búsqueda del alumno estándar. Para ellos el conocimiento
está terminado: “clase hecha, clase aprendida y evaluada”, es su consigna, pues
se sostienen en la concepción industrial de los futuros profesionales. Ellos
son medidos en las dimensiones:
cognitivo, socio-emocional y el motor, vistos como dominios. Esta orientación
se presenta, también como parcial-final o final cancelatorio. Al primero
también lo señalan como proceso; claro, pero lineal. Pues la orientación del
aprendizaje como constante cambio de conducta por la repetición del
aprendizaje, permite que la evaluación sea vista como la constancia en el
hacer-hacer, de tal forma que se genera el desarrollo técnico del futuro profesional,
así se forma la legión de profesionales pragmáticos, positivistas y ausentes
del contexto. Aquí encontramos los trabajos de Bobbit, Tyler, Bloom, Gagné,
entre otros tecnólogos del siglo XX.
Durante un ciclo académico se informa que el alumno tiene
de nota 13 a mediados, y en el final 09, entonces su promedio es 11. Es
aprobado con la nota mínima. ¿Cómo entender aquello, subió, bajó, para mediante
el promedio decir que su avance es de once? Otro caso, en el parcial tiene 08
en el final 12, esto arroja un promedio de 10, ¿qué pasó? En este caso el
estudiante estaba progresando, pero el promedio lo señala como progreso, pero
desaprobado.
Un último caso. Primer informe 07, el final 18. ¿esto qué refleja? Que el estudiante avanzó, puso mucho interés y responsabilidad, hasta llega a “logar” los objetivos del silabo. Es un estudiante que no estaba buscando el once, porque su promedio sería 13, con medio punto a favor, pero nos debe hacer reflexionar que el dominio de los objetivos de la asignatura es casi total, pero el 13 está indicando que es un alumno muy regular. Otro es el caso de los alumnos que, curiosamente, tienen: 12, 12, 12, promedio 12.
En el aprendizaje hay retrocesos aparentes, pues
durante un ciclo de estudios el estudiante tiene sus altibajos, pero es parte
del desarrollo. La tarea es detectar justo aquello, donde están sus fallas o
vacíos, más que los aciertos, porque en ese sentido podemos interactuar con los
estudiantes que, aparentemente, se quedan. Necesitamos, por tanto, evaluar la integralidad
del educando, pero mirando el desarrollo de sus capacidades intelectuales,
metodológicas, intereses, actitudes diversas e interacción social, entre otros.
Debemos asumir, con mayor convicción que las aulas de estudiantes son
heterogéneas en cuanto a su progreso en la consumación integral del perfil
profesional.
El promedio, entonces, no expresa en realidad el
desarrollo de las capacidades del estudiante universitario, en determinado
ciclo o la acumulación de los mismos, así sea con la ayuda benévola del
redondeo ni hacia adelante, menos hacia atrás. El promedio expresa la síntesis
forzada del desarrollo académico del futuro profesional. Es el exceso de la
objetividad, como herramienta de exclusión académica, en la mayoría de los
casos, teniendo repercusiones económicas sociales y emocionales.
No estamos señalando que se eliminen los números de la
universidad. Son necesarios, pero en el proceso de evaluar el aprendizaje, nos
presenta situaciones que nos debe llevar
a tomar decisiones. Los números que alcanzamos en los informes de evaluación,
deben manifestar, en verdad la
valoración objetiva que hacemos acerca
del desarrollo académico, pero bajo el establecimiento de criterios de
evaluación bastante claros.
Evaluar es dialogar y reflexionar, teniendo en cuenta
el ¿por qué y para qué, sobre el proceso
enseñanza-aprendizaje, porque es parte integral de dicho proceso; sin la
evaluación, difícilmente podríamos asegurarnos de que ocurre algún tipo de
aprendizaje